11. LA GAVIOTA
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Cuando tus piernas son un incendio de firmamentos
en el sueño que adoro tener una vez,
y la vanidad, que piensa con su forma y esencia
o tal vez sea al revés,
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todo, entonces, sabe igual, incluso tus labios,
grandeza que crea pedazos de modestia,
dónde está el licor que creí mío,
dónde está, no veo la orla de su belleza,
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además, que los ojos sencillos se complican
en las olas del averno enajenado,
lo mismo que un mar derribando a otro,
igual que el grato acento enamorado,
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de tu mirada certeramente libre,
de tus pechos como serpientes encantadas,
lunas de lluvia, oh mujer más allá de mí,
y de mi profanada alma sin causa.
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Cómo que no ha llovido entre tus manos
si de ellas vi salir volando blancas gaviotas
ebrias de dulces uvas tristes y celestes
buscando albas de pieles remotas.
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Ves, todos los indicios apuntan a la bruma,
que a campanazos suena como antes cada día
ah entonces, entonces era cuando era dulce,
y cantaba yo a mi hipocresía.
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Uvas caóticas me deslizas tú desde el ayer,
si eres hoy demasiado feliz, mañana
sentirás nostalgia, me dice una voz interna
aunque no sé si está inspirada.
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Todo se retuerce en el mismo sentido,
así pues, todo vagamente cambia,
sabes que cierto día pasé por tu amanecer
como por un bosque de almas,
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como el que elige ser gloria pero anónimo,
te traigo bajo el brazo un estallido de mariposas,
éxtasis de violines de fuego enajenado
que lloran la naturaleza fornida de las gaviotas.
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Juan C Almarza
martes, 19 de julio de 2011
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